La Habana: un viaje maravilloso en el tiempo

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Ya había aterrizado en el aeropuerto de la Habana y me dirigí al exterior para coger un taxi que me llevaría a la casa particular donde me iba a hospedar por unos días.

Llegué, y en la puerta me estaban esperando. Recibí una calurosa bienvenida, me dirigieron a mi cuarto y me enseñaron un poco la casa. Acto seguido, Sonia la señora de la casa, ya me estaba diciendo donde ir, qué tenía y qué no tenía que visitar y qué no podía faltar en mi memoria y en la retina de mis ojos antes de dejar La bella Habana.

Me dio unas cuantas recomendaciones, y me animó sin preguntarme si quería descansar antes a que saliera a recorrer la ciudad. La verdad es que de todas maneras, no se me había pasado por la cabeza el perder un minuto en esa calurosa habitación y decidí salir inmediatamente con cámara en mano.

Bajé hasta el malecón, pero a cada paso que daba, no paraba de mirar los edificios, las fachadas, las puertas, los antiguos coches como los Dodge, Chevrolet, Plymouth, Kaiserla o los mismísimos Lada de la antigua URSS!, y su gente. Todo esto acompañado eso si, de una sonrisa que notaba se dibujaba en mi boca, y en mi mente solo una frase flotaba en el imaginario espacio de mi memoria….flipaaaaa estás en Cuba mi amooool!!! Mi sueño se ha hecho realidad!!

Paseaba y era como estar en un plató de cine de una película de los años 50, teniendo la sensación de que en cualquier momento iba a aparecer Corleone o algún mafioso por alguna de sus esquinas…

Una vez en el malecón, paseé lentamente mirando al mar abierto del Caribe, había parejas disfrutando románticamente de las vistas, familias paseando, músicos, vendedores de sueños, turistas y niños jugando.

Toda aquella información a mi vista la iba procesando a buen ritmo y cada imagen me dejaba más y más encantada. Alcé la vista y quise cruzar la cargada carretera de dos sentidos que recorre todo el malecón infinito y a la que vi que había un hueco, decidí cruzarla.

Al otro lado, un sinfín de edificios mayormente destartalados, aquellos que por culpa del bloqueo la pintura no les llegaba. Su aspecto viejo, cansado pero de una belleza histórica y peculiar me animaban a mirarlos por unos segundos e imaginarme su biografía.

Me metí entre sus calles. Caminé y caminé, andaba perdida, pero nunca sentí miedo o inseguridad a pesar del aspecto dejado y de las calles algo sucias, un aspecto que me recordaba al antiguo Raval de Barcelona. Me sentí cómoda, además sus habitantes, que pacían en las puertas de sus casas o en sus ventanas moviéndose a ritmo de salsa, agitaban sus brazos y pedían que les echara una foto.

Continué caminando y ya me acerqué más al corazón de la ciudad. Veía como se asomaba a lo lejos la cúpula del Capitolio. Anduve por la zona, eso si yo seguía embobada a cada paso que daba. Venga coches antiguos y relucientes, edificios viejos y nuevos, tráfico, turistas, lugareños, parques, monumentos, bares, cafés, músicos, plazas, tiendas, hoteles, autobuses y algún que otro claxon sonando de fondo de entre el bullicio y bajo aquel sol que imperaba. El calor iba en aumento.

Ya en la tarde, decidí bajar otra vez al malecón por la Avenida Prado, que me recordó tanto a estar paseando por las Ramblas de Barcelona. Esta chirriaba de contenta con todo lo que ofrecía a su paso, pintores, fotógrafos, edificios incluso de arte árabe, modernos y de los años 60, históricos, elegantes, niños jugando y mayores sentados en los bancos de piedra conversando.

Una vez en el malecón, ya empezaba a atardecer y decidí disfrutar de la puesta de sol y tomar alguna foto más.

Ya me regresé al hospedaje y Sonia me preguntó que tal había ido. Yo en pleno subidón cultural le dije que me había encantado todo lo que había visto, y ella estaba alucinando de todo lo que había caminado y logrado ver aquella tarde. Platicamos un ratito y me recomendó algunas cosas más que hacer para el resto de mi paso por la Habana.

Ya me retiré y mientras tumbada en la cama descansaba mi cuerpo, mentalmente trazaba el planning de lo que iban a ser el resto de días de mi visita.

Al día siguiente, me levanté tempranito como de costumbre, desayuné y decidí tras las recomendaciones, salir a recorrer la zona. Pronto me di cuenta de que me hospedaba justo al lado de la Universidad, el Hotel Libre Habana, un poco más allá el hotel Nacional.

Recorrí la universidad donde se podía respirar toda su historia. Allí había estudiado el mismísimo Fidel Castro. Recorrí sus jardines llenos de valores patrióticos y culturales y con una larga tradición de activismo político a sus espaldas.

En el hotel Habana Libre, visité la interesante exhibición sobre la revolución y la transición que se encuentra en la segunda planta y finalmente me acerqué hasta el hotel Nacional para pasear por sus jardines y deleitarme de su preciosa y privilegiada vista.

Acto seguido ya después de caminar por la zona, me acerqué caminando a Centro Habana, donde paseé por sus calles empedradas deleitándome a cada paso que daba, a mi encuentro me topé con el Floridita, donde dicen se hace el mejor mojito y lugar que frecuentaba Hemminwey, el señorial Capitolio al que no logré entrar debido a estar en obras, la bodeguita del medio, el edificio Bacardí, el parque Central y mucho más. Ya por la tarde me acerqué al complejo parque Histórico Militar Morro Cabaña, para deleitarme de la feria del libro que allí tenía lugar además, conciertos al aire libre y talleres y más tarde en la noche, disfrutar del ritual tradicional e histórico cañonazo de las 9 de arraigada tradición.

En mi tercer día y tras la rutina del desayuno, me fui a visitar la famosa Plaza de la Revolución con sus dos grandes murales en relieve en los edificios del ministerio de interior hechos por el escultor cubano Enrique Ávila del Che y de Camilo Cienfuegos dos de los héroes de la exitosa Revolución cubana. Además alberga también el sencillo Memorial con el monumento a José Martí, poeta y pensador, héroe nacional y Revolucionario, que fue esculpida por Juan José Sicre.

Acto seguido me acerqué a la Necrópolis o cementerio Colón el tercero más importante del mundo, lleno de esculturas y arquitectura fascinantes, para después dirigirme otra vez hacia el centro para seguir deleitándome con un paseo por las calles de la Habana.

En mis siguientes días, continué con la visita por la ciudad dejándome llevar por sus calles, visité el museo de la Revolución, paseé por el curioso barrio chino, entraba en cada edificio que me encontraba a mi paso, pequeñas iglesias, tiendas, bodegas, incluso fui al cine Yara a deleitarme con una película cubano de estreno del momento, La Conducta. La disfruté con bolsa de palomitas en mano de cada minuto mezclada entre su público. Aplaudía cuando lo hacían, reía aunque a veces no entendía según que expresiones o chistes y me enfundé en el aplauso final como todos ellos agradecidos por el buen rato que nos había hecho pasar aquel filme. La verdad que es todo un show ver una película en Cuba.

Los días pasaban rápido y las sensaciones de querer más y más de aquella ciudad y de aquel país se aceleraban.

Así que decidí utilizar también uno de aquellos días de mi estancia en La Habana para visitar los alrededores como el precioso paisaje de Terrazas y Viñales. Ya más tarde bajaría a Trinidad, Santa Clara donde poder visitar el tan esperado Mausoleo al Che y mucho más…..

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